Confesiones de un joven cristiano común y corriente
Vivir creyendo, pensar que vivimos como decimos, ser lo que aparentamos, simplemente un espejismo, un abismo sin reflejo, una imagen borrosa, un sonido confuso, ser una voz en el desierto o simplemente creer estar en lo cierto.
Mi fe, mi convicción, mis creencias, mis desvelos y recelos, eso que llevo dentro que aun no sé si brotó o se me inculcó, ese fundamento quebradizo que llamo formación, esas dudas que suben como agua que no se detiene.
Así soy. Cristiano, evangélico, protestante, “primo en la fe” como dicen mis amigos de la iglesia de tradición en mi tierra, me llaman y me llamo, pertenezco a esa casta de gente creída de ser espiritual, que siente que es sobrenatural, que asisto al altar cada fin de semana, leo mi libro sagrado cuando puedo y necesito, no admito mi pecado aunque esté presente, un cristiano normal.
No sé si existe tal cosa como un cristiano normal, sólo tengo presente que el cristianismo de la Biblia tiene algunas diferencias con el cristianismo urbano que hemos construido, ese cristianismo iluminado por spotlights o reflectores, en el cual crecí creyendo que la unción, era caer un par de veces, hasta me caí por emoción, otras por compasión al predicador que me empujaba, pasé largas horas de mi vida leyendo la Biblia solo para algún día ser ese “iluminado” no iluminado de conocimiento sino iluminado con reflectores de colores, mientras miraba desfilar por mi congregación a cuanto artista existía, yo anhelaba ser como ellos, verme igual, tener tal presencia “escénica”, así es como lo veía. Qué más puedes pedir de un adolescente, medio inconsciente, que se acercó a Cristo no estando en desgracia sino porque era la mejor opción del día.
Al igual que muchos de los que hoy están leyendo estas letras, porque no creo ser el único, soñé en convertirme en esa imagen, esa perfección distante que se paraba en el pulpito, ese tipo carismático que dejaba cautivada a toda la audiencia, que cantaba como ángel, que hablaba con elocuencia, ese que seguro si se lanza de político queda en el gobierno.
Pero luego crecí, me di cuenta que ser cristiano era más que eso, era más que el espejismo, que la imagen reluciente y que el ministerio creciente, que detrás de la imagen había un proceso, que no se llega simplemente con quererlo, entendí que se requiere de gracia divina, de firmeza y convicción, que no se puede reemplazar con la emoción, aprendí que se debe tener un amor genuino por las personas, que la ayuda más memorable es la que captan las cámaras del cielo y se registra en el Direct TV de Dios, no las acciones que me aplauden, sino las que nadie ve, pues Dios que ve en lo secreto, recompensará en público.
Cosas que nadie me dijo, mensajes que no me predicaron, nadie me dijo que la primera vez que orara por un enfermo, este enfermaría más, que en lugar de sanarse el moribundo por el que oré se moriría al día siguiente, no me dijeron que en prisión no se habla de gustos musicales, sino de esperanzas reales, no sabia al igual que muchos, que no siempre se “siente” su presencia, pero que eso no significa que Dios no esté presente, que mantenerse alejado del mal significa una guerra sangrienta, que la abstinencia sexual es una batalla campal, con dos heridos, que el amor de mi vida no llega así nada más con orar y que ser cristiano en verdad es mas difícil, que no se trata de aparentar.
Por eso escribo esto por primera vez, como válvula de escape, como ejercicio mental, quizás porque si no lo escribo voy a reventar, o simplemente porque quise descubrirme y contar, que ser cristiano no es así nada más, que los jóvenes no debemos anhelar el ministerio, sino al Dios al que sirve el ministro, que los jóvenes debemos de dejar de correr por los pasillos del último evento en la caza de un autógrafo, y suplicar por que Dios ponga su firma y su toque en mi vida, dejar de pedir que me firmen la Biblia, para empezar a leerla y pedirle a Dios que me afirme.
Dejar de ser normal, para convertirme en cristiano de verdad.
Por Allan Salinas
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